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El chico de 20 años, de Parque Patricios, recibió un tiro en la frente el domingo 14 de abril en Teatro Woodstock.
“Si te apreto acá, ¿qué pasa?”. Desafiante, “Taielcito”, de 19 años, apoyó el dedo en el botón de “power” de la computadora del DJ de Teatro Woodstock, un salón de San Justo (La Matanza), en la ruta 3, que suele alquilarse para conciertos y fiestas privadas.
Estaba insistente con sus exigencias para que pasara las canciones que le pedía. Había reservado la mejor mesa del VIP, pegada a la consola, pero con su grupo empezó a molestar a todos los que estaban alrededor, mientras corría el champagne.
El joven se subió a la cabina del DJ y la solicitud ya fue en tono de orden. Le estrechó la mano derecha, que apretó más fuerte de lo normal, como para que no quedaran dudas de que no solo era algo “de onda“.
Al bajar, “Taielcito”, como le dicen algunos de sus amigos, pero cuyo nombre completo es Yoel Taiel Tambussi, el mismo que llevaba cinco meses “prófugo” por el crimen de un jubilado y había entrado al salón con una 9 milímetros en la cintura, cayó sobre un grupo de jóvenes que no sabían que él era un pesado del delito, “un chorro conocido“, describen las fuentes.
Entre ellos estaba Gianfranco Di Luciano (20), “El Colo”, un chico de 20 años muy querido en el barrio de Parque Patricios.
Pasadas las 5.30 del domingo 14 de abril, Tambussi -de acuerdo a la sospecha de los investigadores- sacó el arma y disparó tres veces hacia arriba. Esto puede verse en una filmación hecha con un celular. Increíblemente, nadie salió herido.
El cuarto tiro dio directamente en la frente del “Colo”, que cayó fulminado. Su amigo, Alan, al que había acompañado desde Buenos Aires, salió corriendo. En la escena quedaron tres vainas servidas. Y en un bolsillo de su campera, una bolsa tipo Ziploc con 23 dosis de cocaína y tusi.
“Nuestra hipótesis principal fue o que este muchacho Alan le dijo ‘teneme esto‘ o que directamente se le plantó la droga adentro del boliche”, sostiene Francisco Di Luciano (41), papá del joven asesinado. Quienes lo conocían refuerzan esto del “favor” al amigo y sintetizan: “El Colo no sabía decir que no“.
Con el correr de las horas, la postura del hombre varió. Este fin de semana, en un par de historias de Instagram, redobló la apuesta y publicó su foto: “Podría ser cómplice del asesinato. Si lo ven, llamen al 911“, escribió tras señalarlo como quien llevó a Di Luciano “a una trampa mortal”.
Al padre todavía le resuenan las palabras del comisario que le anunció la muerte del chico. “Hubo un tiroteo adentro, a su hijo le pegaron un tiro en la cabeza y está muerto“, fue la primera frase. A continuación, otro mazazo: “¿Su hijo vendía drogas?“. Francisco se tiró al piso llorando. Su esposa, Corina Solofrano (42), quedó en shock.
Los allegados al chico, según pudo saber Clarín, insisten: “No era transa“. Y apuntan al amigo con el que fue esa noche al boliche. De todas maneras, esta cuestión de las drogas no es un punto central en la investigación del fiscal Matías Folino (Homicidios de La Matanza).
Tambussi, cuando fue detenido, llevaba dos dosis idénticas a las que encontraron en la campera de la víctima. Por eso, cabe hacerse algunas preguntas: ¿Pudo haber existido una discusión en medio de una venta de drogas entre Tambussi y el amigo de Di Luciano? ¿Este último no dice todo lo que sabe? ¿Tuvieron los dos (Taiel y Alan) protección policial tras el crimen?
“Yo no no fui el que disparó, fue alguien de mi grupo, pero no voy a decir quién“, declaró el detenido al ser indagado por Folino. Horas más tarde se entregó un adolescente de 17 años que integraba su grupo. Por eso, la causa pasó a manos de Pablo Insúa, de la UFI N° 1 del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil.
Los papás de Luciano recibieron a Clarín en su casa de Parque Patricios. “Somos clase media justa, esta casa es herencia de mi abuelo. De lo contrario, hoy estaríamos viviendo en un monoambiente alquilado”, remarca Francisco.
El silencio en la habitación del “Colo” impacta. Están sus trofeos en Huracán, ya que jugó allí desde los 3 años hasta la pandemia de COVID-19. Empezó en baby fútbol, siguió en futsal. Jugaba de nueve y era fanático del “Globo” como su papá, de no faltar nunca al Ducó. El vicepresidente del club, Abel Poza, fue uno de los tantos que visitó a la familia para solidarizarse.
Francisco vende suplementos deportivos. Es entrenador personal y de fisicoculturismo. Gianfranco heredó su pasión y se había vuelto fanático del gimnasio. Corina es profesora de educación física, pero trabaja como empleada.
Este verano se la pasó pensando qué estudiar. Luego de trabajar el 2023 en una concesionaria de autos del Microcentro, como la carrera de Marketing no figura en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y hacerlo en una facultad privada era demasiado costoso, se decidió por kinesiología y arrancó el CBC.
La semana previa al asesinato, empezó una prueba como mozo en Divino Budín, un café-boutique de Recoleta. El lunes 15 debía presentarse a su primer día.
Tras el homicidio, Tambussi escapó en un Ford Fiesta Kinetic rojo manejado por el adolescente de 17 años. “Yo no vi, mami, me agaché y salí corriendo“, le dijo este último a su madre sobre los tiros.
En la escena hallaron tres vainas servidas de una pistola 9 milímetros, que esta semana se cotejarán con el arma Bersa Thunder, con numeración suprimida, que le secuestraron al sospechoso, quien después del hecho siguió “de caravana”: se fue a la fiesta clandestina “El Pelucón”, en el barrio Almafuerte, conocido como Villa Palito. La cuarta vaina no apareció.
Según la Policía, al salir de allí lo detuvieron y hubo un enfrentamiento. “Habría efectuado un único disparo“, dijo un investigador a este diario. Las fotos que se difundieron tras su captura no muestran ninguna lesión visible. Iba en una moto KTM 250, que había sido robada el 3 de abril en Lomas del Mirador.
A Tambussi lo buscaban por otro homicidio brutal, que tuvo como víctima a Rafael Indalecio Pardo, para robarle el auto cuando salía de comprar remedios de una farmacia. Era el último integrante de la banda de cuatro motochorros que le pegaron un culatazo en la cabeza y un balazo en el abdomen a un jubilado de 83 años con marcapasos y bastón.
Cómo hizo para mantenerse cinco meses en libertad es lo que se pregunta más de uno. Y, sobre todo, cómo hizo para entrar armado en dos fiestas. ¿Lo estaban buscando realmente? ¿O alguien lo cubría?
El papá de Gianfranco insiste en lo que dice la mayoría sobre él. “Suele haber discursos de las familias cuando le matan a un hijo así, pero mi hijo no tenía la picardía para ser transa, ni la viveza ni la calle ni la habilidad ni los códigos para ser transa, ni para estar metido en San Justo vendiendo droga. A Rambo le daría miedo meterse ahí a vender droga”, enfatiza.
Según cuentan, esa noche “El Colo” les pidió plata prestada a los padres para salir con Alan y otros amigos de éste. No llegaron a darle, dicen, más de 5.000 pesos. “Imaginate si el Rey de la Noche iba a andar pidiendo de 2.000 pesitos“, apunta el papá.
El chico tenía un celular modelo viejo, marca Samsung, porque se le había roto otro hace tres meses y no le alcanzaba la plata para comprarse uno nuevo.
“Si fuese transa, mi hijo no me va a andar pidiendo 5.000 pesos para ir a comprarse tres kilos de pechuga, o no estaría juntando plata como mozo. Al que es transa le ves, en una semana, un iPhone”, enfatiza.
Los padres también señalan la falta de empatía con la que los atendieron en la comisaría. “Para ellos fue como decir ‘te chocaron el auto, está en el depósito‘”, se quejan.
Francisco insiste en hablar, a pesar del consejo de la familia, de “la mafia político-judicial” ya que la venta de drogas en un boliche no se produce “sin la venia del dueño, de los organizadores, del jefe de calle y del jefe político”.
“A 20 cuadras de la comisaría tenían a un tipo buscado con antecedentes. Yo salgo a trabajar con la moto y me paran 20 veces. Y el asesino iba de un antro a otro”, resalta.
A su lado, Corina se vuelve a quebrar en llanto, mientras piensa en contener a su hija más chica.
“Yo quiero tener mi plata, quiero cambiar el celular“, le decía su hijo. La mujer no olvida aquel mensaje, a las ocho y media de la mañana de ese fatídico domingo, que le envió un amigo de la víctima: “Pasó algo con El Colo“. A partir de allí, todo es una pesadilla.
EMJ