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domingo, diciembre 1, 2024

Vio a su hijo robando en la TV y lo entregó: un vínculo quebrado entre el amor y la culpa

Jorge Mitre hizo una denuncia pública luego de que la policía no lo escuchara.

Su hijo Santiago pasó años en una espiral de delitos y adicción.

Santiago tenía siete años cuando entró por primera vez a un calabozo. No era -todavía- lo que se dice un delincuente, pero había metido la mano en el cajón de la mesa de luz de su abuelo y se había llevado un pequeño botín: un anillo de alpaca, rulemanes de acero que el viejo coleccionaba, monedas, algunos billetes. Lo repartió con Martín, su hermano tres años mayor y cómplice en la travesura. Cuando el abuelo notó la falta fue a quejarse con Jorge Mitre, el padre de los chicos.

—¿Sabés qué hice yo? Los subí al auto y los llevé a la comisaría. Se reía el policía. Le dije: “No te riás, poné cara de malo y mostrales a donde van a parar los chorros”.

El guardia corrió la reja y los hizo pasar al buzón estrecho de la subcomisaría Abilene, de barrio San Antonio de Padua, en Río Cuarto, Córdoba. Con su voz cavernosa rebotando en las paredes desnudas, Jorge les dijo: “Acá van a vivir si siguen haciendo eso”.

—En cambio Santiago…

El primero de febrero de este año Jorge vio algo en la televisión que lo hizo levantarse de la silla y salir disparado otra vez a la comisaría. Iba a denunciar que ese chico que mostraban una y otra vez los noticieros, flaco, fibroso, intimidante, que caminaba en cueros por una calle de barrio Villa Dalcar y en dos zancadas, sin inmutarse por las cámaras, ágil como un gato, atravesaba una reja y se metía a una casa ajena, ese chico era Santiago. El menor de sus tres hijos, el de 20 años, el que fue promesa del básquet, el que tiene problemas de consumo.

En la comisaría, otra vez, se rieron. Denunciar a tu propio hijo, cómo puede ser, eso no se hace, la ley no lo permite, escuchó. Entonces Jorge fue hasta Canal 13 y ventiló su drama: “Ese que roba es hijo mío -dijo- quiero que lo metan preso, le está arruinando la vida a todos”. Solo después de exponerse le tomaron la denuncia. Y mientras Jorge era noticia, replicado en portales, debatido en redes sociales, mientras todos se preguntaban qué haría usted en la misma situación, Santiago se transformaba en prófugo.

Video

Jorge Mitre pidió ayuda para alejar a su hijo de las drogas.

Santiago se entregó a la policía el 3 de febrero. Lo que pasó después no fue noticia.

Estuvo unos días preso en Río Cuarto y salió bajo la condición de rehabilitarse. Jorge y Bruna, su madre, volvieron a hablar luego de tres años de separación para acompañarlo hasta un centro de recuperación en Santa Fe. Era su quinta internación. Tres días después, Santiago llamó por teléfono a sus padres y les anunció que dejaba la clínica.

Tomó un colectivo a la ciudad de Córdoba, cuando llegó, dejó su bolso en una verdulería, y salió a robar. Esta vez no hizo falta que nadie lo denuncie: fue detenido en flagrancia y terminó en un pabellón del Penal de Bouwer, la cárcel de máxima seguridad de la provincia, a 20 kilómetros de la capital, una verdadera ciudad penitenciaria con una población cercana a los diez mil detenidos.

La ley de la ferocidad

—Termino de hablar con vos y me acuesto una siesta.

Es domingo, último día de marzo, el cuarto de un fin de semana demasiado largo. Sin embargo, también hoy, Jorge se despertó a las cinco. A esa hora los huesos empiezan a crujir, su cuerpo de metro ochenta y cinco y 112 kilos se tensa como una rama y tiene que salir de la cama.

—El cuerpo mío está muy gastado, los dolores sobran a la madrugada. Toda la vida hice fuerza como un bruto, soy mecánico metalúrgico, arreglo camiones.

Jorge tiene 49 años y hace poco abrió su propio taller. Durante más de 25 fue empleado de una empresa de venta de acoplados, en el área de reparaciones. Viajaba, estaba siempre fuera de la casa y ese detalle, la ausencia, la lejanía, le vuelve ahora a cada rato. Cuando tenía 21 conoció a Bruna, la madre de sus tres hijos varones, con quien estuvo casado 27 años.

—No hubo infidelidades, eh, nada. Solo se enfrió la relación. Ahora estoy con una mujer, pude rehacer mi vida —aclara—Desde que me separé todo fue una bola de nieve con el más chico.

Desde entonces, Santiago vive con su madre, en la casa que la pareja construyó en barrio San Antonio de Padua. Durante la pandemia del coronavirus, Santiago dejó de jugar al básquet y -dice Jorge- a estar más en la calle. La grieta entre padre e hijo comenzó a ensancharse. “Lamentablemente, no le controlamos las juntas. Bah, me corrijo: él era mala junta”, dice Jorge. A veces, Santiago lo llamaba para pedirle auxilio. Una noche lo llamó agitado, hablaba bajo y decía que lo estaban buscando para matarlo. Jorge fue hasta donde su hijo le indicó y lo sacó escondido en la cajuela de la camioneta.

Poco antes de caer preso comenzó a trabajar en el taller de su padre. El viernes 19 de enero, Santiago le pidió la moto a Bruna y salió a trabajar. Pero al taller nunca llegó. Por diez días, Santiago fue una sombra, la huella misma de sus andanzas: robos, peleas, arrebatos. Se movía en la moto y tenía un cómplice. Una noche frenaron en la entrada de un comercio, cuando Santiago se bajó el otro arrancó la moto y lo dejó. Siguió robando solo. Robó, incluso, el taller de su padre, de donde se llevó herramientas y un revólver calibre 32. La próxima vez que supieron de él, fue por las noticias.

Jorge Mitre en su taller. Foto: Tomy Fragueiro / La VozJorge Mitre en su taller. Foto: Tomy Fragueiro / La Voz

—¿Te acordás cuándo nació Santiago?

—Sí, es del 3… No, pará, del 23 de abril. Siempre me confundo —De fondo, la voz de una mujer lo ayuda: “en el horóscopo buscá”—. Claro, el de Tauro es Santiago.

—¿De qué año?

—Del 2001.

—Entonces no tiene 20 años.

—Tenés razón, nació en 2003.

Bruna estaba embarazada de siete meses y trabajaba cuidando a una mujer el día que rompió bolsa. Jorge estaba de viaje, pero pudo volver.

—¿Te asustaste cuando nació sietemesino?

—Sí, claro. Me pongo a hacer memoria y lo veo salir de la sala de parto en una incubadora portátil. Nació en la Suiza y lo llevaron corriendo, parecía que lo llevaban en una carretilla por la vereda, a la Neoclínica, que queda a media cuadra. Tengo esa imagen para toda la vida: durante dos semanas, la madre pegada al vidrio de la incubadora y yo, haciendo malabares con los otros chicos, los dejaba con el abuelo para viajar. Nos estábamos haciendo una casa, pieza cocina y baño, teníamos una motito, laburábamos todo el día por el sueño de la casa propia… Hoy en día cambiaría todo, todo lo que hice por la salud de mi hijo. Lamentablemente, lo que él ve es otra cosa.

—¿Qué cosas ve él?

—Santiago es muy parecido a ella (por Bruna), de carácter duro, ella es un robot, un cyborg, es. Cero sentimientos. Y Santiago adoptó su carácter.

—Si tuvieras que definirlo, ¿cómo es Santiago?

—Él de chico era hiperactivo. Lo llevábamos al psicólogo, lo llevábamos a un montón de lados, todos lo veían normal. Él nunca tuvo, como te puedo decir, un respeto por la autoridad. Es como si hubiera nacido sin una parte, no sé si del cerebro o del alma, y entonces no le tenía miedo a nada. A nada. En el básquet, cuando jugaba federado, eso era una ventaja. No le tenía miedo ni a un negro de cuatro metros.

Miedo a nada. Eso -según Jorge- es más un rasgo de su carácter que un efecto de los consumos. Cuando estuvo preso en Bouwer, durante casi 50 días, hablaron una sola vez. Jorge compró tarjetas, le pasó los números a través de su madre y se comunicaron. Primero escuchó el mensaje que anunciaba: “Esta llamada proviene de un establecimiento penitenciario”, después la voz de su hijo, desafiante, filoso, como de costumbre. Santiago le contó que, en el pabellón X3 del módulo de procesados en el que se encontraba, era “pluma”, es decir, el que manda.

—Mira, loco, no contés más conmigo para esto. Solamente si vos te querés recuperar, me vas a tener al cien por cien —, dijo Jorge.

Del otro lado la respuesta llegó como una faca:

—No te preocupes que nunca conté con vos.

Jorge Mitre denunció a su hijo en la TV local. Foto: Tomy Fragueiro / La VozJorge Mitre denunció a su hijo en la TV local. Foto: Tomy Fragueiro / La Voz

Cuando recuerda esas palabras, Jorge siente culpa. Dice que le duele no haber estado cuando su hijo era más chico. Le duelen los años trabajando lejos.

—Una vez, cuando era más chico, me dijo: “Es mejor el padre de Miguel que vos”. Miguel era el padre de su amigo y era narco. Vendía frente a la escuela. Yo laburaba 16 horas para que él estuviera bien y Miguel vendía droga. Entonces no entiendo nada. A lo peor del barrio él lo veía mejor que a mí.

—¿Lo perdonás?

—Uno siempre perdona a un hijo. La diferencia mía es que yo lo perdono si él busca el bien…. Pero si va a seguir por la mala, en ese sentido soy muy duro yo… Mi papá me dijo una vuelta: “Yo por una muerte en defensa propia, voy a estar con vos, voy a vender hasta la casa para sacarte de la cárcel, pero por una dañineada, no”. Yo me crie con esos valores, cómo no voy a transmitírselos a mi hijo.

Santiago en libertad

—Hola Santiago, ¿cómo estás?

—Acá, afrontando las cosas. Harto ya de la vida ésta. Pero bueno, no es fácil salir. Hace como tres años que vengo renegando, queriendo salir del mismo pozo, de la droga.

—¿Cuál es la droga que más te cuesta?

—Y… la cocaína

—¿Cómo la conociste?

—La conocí a los diez años. En la casa de un amigo, viste. Los padres eran narcos, por decirte, y me metí así de a poco, de a poco…Lo ayudaba al viejo, lo ayudaba a armar bolsas, y bueno, un día llegué a la casa a jugar a la tarde y estaban fumando. Y me dicen, “querés” y probé. Bendito el día que lo probé.

—¿Fumaban paco?

—Claro, estaban fumando el pipazo de merca. Y probé ahí, y probé y probé (se ríe). Y desde ese día que probé no frené un día.

Es viernes 12 de abril. Santiago atiende el teléfono desde la casa de su madre, a donde llegó hace una semana. Pasó 50 días preso en diferentes pabellones de Bouwer. Dice que tuvo que pelear para sobrevivir. Le robaron la ropa y le picaron el cuerpo. Todavía no ha visto a su padre. No quiere volver a trabajar en el taller, ahora tiene un nuevo emprendimiento: hace milanesas de cerdo y de pollo.

—¿Antes habías aspirado cocaína?

—No, antes le decía que no. En millones de ocasiones me ofrecían, viste, pero no quería tocar la bolsa.

—En ese momento jugabas al básquet, ¿cómo te sentías?

—No sentía ninguna diferencia en el rendimiento, el cuerpo me rendía lo mismo. Se ve que porque era chico tenía el cuerpo fuerte.

Santiago de chico cuando jugaba al básquet. Foto: Jorge MitreSantiago de chico cuando jugaba al básquet. Foto: Jorge Mitre

—¿El padre de tu amigo te pagaba?

—No, no me pagaba, era al fiado, yo lo hacía de onda, pero si quería sacar un millón de pesos fiado, iba y lo sacaba. Éramos mejores amigos con el hijo de este hombre, yo estaba ahí casi todo el día.

—¿Cómo lo veías como niño a eso?

—No me llamó la atención, lo conocí y ya no me parecía nada raro.

—¿Tus padres, qué te decían?

—Se enojaban, pero no me decían nada.

Santiago siente que se persigue. Él mismo, como si fuera otro, se persigue y se escapa de sí mismo. “Ya de tantas cagadas, de tantas broncas que tengo, me pegaba para la bosta”, dice. “En la cuarentena, viste, no es que me descarrilé porque yo ya venía para mal pero, como te explico, te metés en una que no salís más, tomás malas decisiones y el día de hoy las seguís pagando: “Estuve muchas veces cerca de que me hagan pasar para el otro lado”.

—¿Por qué?

—Le robé a un par de transas acá y eso todavía me puede traer problemas.

—¿Qué esperás que pase?

—Quiero estar mejor, ese es mi deseo. Quiero salir. Era muy chico cuando entré acá, no tomé conciencia. Era un juego.

Paco en Río Cuarto

—Pipazo, ¿qué es eso?

El que pregunta es el fiscal provincial Luis Pizarro. Tiene a su cargo la Fiscalía Móvil de Lucha contra el Narcotráfico de las circunscripciones 2 y 10, que se extienden desde el departamento Calamuchita, al centro de la provincia, hasta Río Cuarto, al sur.

Pipazo, cocaína fumable o paco. Distintos nombres de lo mismo. Sustancias baratas, nocivas y altamente adictivas residuales del proceso de extracción y purificación del clorhidrato de cocaína, que se estira con otros productos para su comercialización. “Piperos” son quienes la consumen: usan un tubo de vidrio con un filtro de virulana.

Pipazo no es una palabra nueva. Aparece en estudios de abordaje integral y comunitario de Sedronar (Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina) y, en Córdoba, hay notas periodísticas que datan de 2016 y dan cuenta de la presencia de estos consumos en San Francisco o en Córdoba Capital.

—Pipazo… No, nunca había escuchado esa palabra. Por eso te pregunté, no es una terminología que haya aparecido en las investigaciones, eso que en Córdoba trabajamos con denuncias anónimas.

La persecución del narcomenudeo en Córdoba es de competencia provincial desde 2012. Según el fiscal y según fuentes de la Fuerza Policial Antinarcótico de Córdoba, no hay registros de causas con secuestros de paco en Río Cuarto o en ninguna ciudad que esté bajo la jurisdicción de Pizarro.

—Me parece que es una problemática del conurbano, pero no de acá —responde el fiscal.

La decisión de Bruna

Un anillo de alpaca, rulemanes de acero, monedas, algunos billetes. El robo a la mesa de luz del abuelo. La historia tiene algunas variaciones según quien la cuente.

En el recuerdo de Jorge, Santiago tenía cuatro años.

Santiago dice que tenía 7. Lo sabe porque le quedó el registro del encierro. El calabozo, esa sensación de estar en una caja.

Jorge Mitre y Santiago.Jorge Mitre y Santiago.

—Esa vez fue un juego —dice Santiago—, pero cuando llegué a Bouwer caí que estaba encerrado en serio.

Lo recibieron en el pabellón C2, del Módulo X3. La primera semana tuvo que pelear: los de Río Cuarto no eran bienvenidos entre los detenidos de Córdoba.

—Yo y otro chico de Río Cuarto nos quedamos controlando, éramos plumas, como quien dice. O sea, controlábamos que no roben las cosas. Hasta que una mañana nos sacaron cagando. Y llegamos a otro pabellón y de ese salimos choreados.

—¿Cómo choreados?

—Desnudos. Nos sacaron todo, nos robaron todo.

Durante diez días, Jorge y Bruna no sabían dónde estaba su hijo. Se había ido del centro de rehabilitación, estaba perdido. Presentaron un pedido de paradero y entonces se enteraron de que estaba otra vez preso. Bruna lo llamaba casi a diario. Con Jorge habló una vez.

—Yo con él no tengo relación, desde chiquito, viste.

Bruna cree que las drogas aparecieron en la vida de Santiago cuando tenía unos 15 años. En el registro de Jorge, está grabado el verano de 2017: habían ahorrado en dólares para unas vacaciones en Brasil, y la plata desapareció poco antes del viaje. “Estaba en su billetera, tuvimos una pelea fuerte pero nuestra relación ya era fría y distante”. Coinciden en que la pandemia del coronavirus trajo soledad y desamparo para Santiago. También fue el momento del divorcio de sus padres.

—Desde que me separé no tuve más vínculo con Jorge. Para nada. Como Santiago estaba en mi casa, yo decidí manejar la cosa como podía. Me manejé sola en cada una de las cuatro internaciones, lo llevé yo porque él no quiere saber nada con su padre. Tiene un carácter especial, se altera, se pone nervioso cuando está cerca de su padre.

Bruna atiende su propia ferretería que está montada en el frente de la casa en la que vive con Santiago. Cada tanto, alguien cae a cobrar deudas de su hijo. Como no las puede pagar, le rompen los vidrios.

—¿Cómo te tomaste que lo haya denunciado?

—No me asombré. De alguna manera esperaba que pudiera suceder. Yo esperaba que un día viniera alguien a avisarme que lo habían matado o que lo habían metido preso en el mejor de los casos.

—¿Jorge te avisó que lo iba a denunciar?

—No, para nada. Nosotros no hablamos. Me enteré por televisión, vinieron mis otros hijos a contarme.

—¿Vos hubieras hecho lo que hizo Jorge?

—No, yo no. Yo tengo otro carácter, que se yo. Por ejemplo, no me hubiera animado a salir en la televisión.

—¿Y denunciarlo a la policía?

—No. Tampoco. Santiago está solo. Hacer eso es dejarlo más solo.

Pena de muerte para un hijo

Santiago jugando de base. Santiago con el coraje y la viveza de Facundo Campazzo. Santiago, puro espíritu hecho de irreverencia, de falta de respeto a la autoridad, esa que tanto pesa en casa y en la escuela, en la cancha manda. Ahí va Santiago, federado, de unos 14 años, promesa en el deporte, en el mejor recuerdo que Jorge guarda de él: rápido, habilidoso, inteligente, adicto al vértigo, a la adrenalina. Adicto.

Santiago jugando al básquet en Río Cuarto. Foto: Jorge MitreSantiago jugando al básquet en Río Cuarto. Foto: Jorge Mitre

—¿Se te ocurre pensar que tu hijo está enfermo?

—Si estuviera enfermo no hubiera pasado bien el psicológico. Sería inimputable. Yo confío en los psiquiatras ¿o acaso están pinchados de la cabeza los psiquiatras?

—Pero las adicciones se transforman en un problema de salud.

—Yo he hablado con él de eso. Me dice que se siente bien, que se da un saque y todo se disfruta más. Eso le da adrenalina. Lamentablemente, yo falté como padre. Cuando quise estar, cuando quise poner orden, él se refugiaba en su madre, la parte más blanda.

Jorge no es el único progenitor que ha denunciado a su hijo por cometer un delito. El 4 de marzo, la madre de Facundo Ceferino Vega Arroyo llamó a la comisaría de San Juan capital y dijo: “Vengan y entren, este niño me tiene cansada, acaba de entrar corriendo con un celular”. También hay casos de madres -en general, son mujeres- que acuden a la policía ante los problemas de consumo de sus hijos, que derivan en delitos. Jorge fue, quizás, el único que decidió hacer público su caso en la televisión. ¿Una medida de cuidado? ¿Una traición? ¿Quién traiciona a quién en un caso así?

Si hay algo no me arrepiento es de haberlo denunciado. Ya mi conciencia está demasiado sucia por cómo me comporté con mi papá. Tengo deudas con mi papá; él me dio estos principios, estos valores. Ahora está todo desvirtuado. A mí no me gusta salir en la tele, pero quise contarlo para que algo cambie.

—¿Qué crees que tiene que pasar?

—En un tiempo apoyaba la pena de muerte, cuando la quiso poner Menem, la apoyaba. Porque si vos matás, tenés que morir. Listo, se terminó. El que mata, pensando, se muere. ¿Qué puede salir de alguien que mata? Si te estoy contando que mi hijo estaba contento por ser pluma en la cárcel…

—¿Pena de muerte, aunque le toque a un hijo tuyo?

—Se lo buscó. Ya es mayor de edad. Yo lo crie para que no se buscara eso. Suena duro, suena triste. Pero si no tenemos principios, ¿dónde terminamos?… todos tenemos que cumplir con algo. Nadie de la alta sociedad que tiene este problema, lo denuncia. Yo, trabajador, humilde, lo denuncié.

La soledad de Santiago

A veces, cuando se siente mejor, Santiago va hasta una plaza con aros de básquet a jugar. Nunca volvió a entrenar. El barrio para él está lleno de peligros. Los transas lo persiguen. Dice que quiere dejar de consumir, dice que no es fácil, dice que se siente solo.

—¿Estás enojado con tu papá porque te denunció?

—No. Pero bueno, vengo con una relación pesada con mi viejo, por eso ni me enojé. Cuando él fue a la tele yo estaba en la casa de un amigo, no estaba escondido, andaba echando moco. Viene mi amigo y me muestra el video. Lo vi al video y como que entré en razón, como que me hizo un favor el chabón. No lo tomé como una falla, creo que estuvo bien lo que hizo.

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