Ailén del Valle López, de 17 años, desapareció en febrero de 2013 junto a su novio, Ariel Santas, de 19, en el sur del GBA.
La mamá de la chica impulsó una búsqueda incansable que tuvo su cierre recién ahora: los habían arrollado dos días después de verlos por última vez.
Entre su casa y el lugar de la tragedia hay casi ocho kilómetros de distancia, pero nunca cruzaron la información.
María López (53) tiene la tristeza instalada en la cara. Durante 11 años se movió detrás de cualquier rastro de su hija desaparecida. Corrió ante pistas falsas a hospitales y comisarías; golpeó puertas de fiscalías y ministerios; buscó entre los rostros de chicas perdidas que deambulaban por Constitución; recorrió ciudades y asentamientos; vendió un auto para financiar la búsqueda; comenzó a tomar ansiolíticos y terminó internada.
Durante más de 4.000 días buscó a su hija viva, pero Ailén Del Valle López, de 17 años, y su novio, Ariel Hernán Santas, de 19, habían muerto atropellados por un tren dos días después de desaparecer. Estaban enterrados como NN en un cementerio de Florencio Varela, a menos de 10 kilómetros de su casa.
Cuaderno N° 1, búsqueda de Ailén. El primer anotador donde María comenzó a registrar cada detalle de los días sin su hija es chiquito, de unos pocos centímetros. Depositó en ese cuaderno de escasas páginas la esperanza de una historia breve.
“Me torturaron durante todos estos años. Con una Justicia que no existió para Ailén ni para Ariel. Hoy me pregunto cuántas personas empujaron a mi hija abajo del tren y cuántas veces. No fue sólo Ariel, fueron la Justicia, las fiscalías, los comisarios y los medios. La pisaron y la pisaron. Es trágico y doloroso como familia soportar todo esto. Cuánto dolor nos hubiesen ahorrado si hubiesen hecho las cosas bien”, lamenta María y su mirada fatigada se llena de lágrimas.
En Argentina el drama de los NN -personas cuya identidad no se conoce- tiene números difusos. El Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu) tiene registradas 7.896 personas en esta condición en todo el país. De las cuales 6.652 están muertas y otras 1.244 están vivas en distintas instituciones de salud.
Sin embargo, reconocen que el número nunca va a ser exacto porque el trabajo de identificación y registración depende de las jurisdicciones y no todas tienen un padrón de NN.
Para el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que se ocupa de la búsqueda e identificación de cadáveres, el país no cuenta con números precisos porque la carga de datos en el sistema unificado es voluntaria y no una obligación.
Señales de alarma de una relación tóxica
Para María, la vida de su hija comenzó a romperse en un momento más o menos preciso: el día que conoció a Ariel, su primer y único novio. Hasta ese momento, Ailén estudiaba en el colegio nacional de la coqueta localidad de Adrogué; le gustaba escribir y escuchar música; soñaba con ser profesora de Historia o de Literatura; pasaba horas con su hermanita Magalí y su mamá.
Por amigos de amigos conoció a Ariel, “Pipi”, un adolescente sin contención familiar que dormía muchas noches fuera de casa. Él la esperaba a la entrada y a la salida del colegio; la llamaba a toda hora.
Con el correr de los meses, Ailén empezó a rendir menos en la escuela; a alejarse de las amistades de siempre y a pasar pocas horas en su casa. Llegó un día que los novios hasta comenzaron a vestirse y a peinarse parecido
Detrás de una calle de tierra, de una vereda sin baldosas, de una entrada de pasto mullido, está la casa donde vivía Ailén. La entrada es un comedor sencillo, prolijo y oscuro. María está sentada en la punta de una mesa donde hay desparramadas algunas fotos impresas de su hija y un cartel que dice “Siempre te seguimos esperando. Te amamos, tu familia”.
Para la mujer, el noviazgo de su hija y Ariel era tóxico. “Fue una relación complicada. Había hostigamiento por parte de él. Decía que ella le pertenecía. Él también era chico, pero vivía con los amigos, estaba emancipado de los padres, conocía bien la calle. Nuestra familia, humilde y trabajadora, tenía una contención para ella. Eran entornos diferentes”.
El ruido de una vida que comenzaba a resquebrajarse sonó fuerte una tarde de enero de 2013. Después de hablar (y de llorar) una hora por teléfono con Ariel, Ailén se escapó por primera vez de su casa. María fue a hacer la denuncia, pero se topó con un obstáculo en una carrera que tendría muchos más.
“Es muy rápido, señora, ya va a volver, vaya a su casa”. Desobediente, salió a buscarla y la encontró dos días después debajo de un puente en Ingeniero Allan, Florencio Varela, cerca de donde vivía Ariel.
“Cuando volvimos a casa, Ailén lloraba todo el tiempo, no hablaba. La llevamos al psicólogo del municipio, a uno particular, a otro de la obra social. Muchas personas me dijeron que todo esto pasaba porque yo era una madre sobreprotectora. Ariel llamaba y preguntaba todo el tiempo por ella. Y no es que no quería que ellos fueran novios, quería que le diera su espacio, pero ella quería verlo”, cuenta María con la mirada fija en una foto en la que Ailén está radiante con los brazos abiertos, mientras mira a la cámara y parece lanzar un beso. Ese día cumplía 15 años.
El abrazo final y una llamada premonitoria
Jueves 14 de febrero de 2013,10.30 de la mañana. Ailén se levanta irascible. Trata mal a su mamá y a su hermanita. “Mamá, yo me quiero ir, me tengo que ir, tenés que dejarme ir”. Agarra de los brazos a María, dice que la va a lastimar, pero no le hace nada. Después la abraza y le promete que va a volver. Corre y se escapa saltando el paredón de la entrada.
“¿Otra vez se le fue su hija, señora?”, le dijo un policía cuando la vio entrar a la comisaría. La primera noticia de la chica llegó cerca de las 22. Desde la Dirección Departamental de Investigaciones (DDI) de Esteban Echeverría se comunicaron con Ariel, confirmaron que Ailén estaba con él en su casa de Florencio Varela y le advirtieron que su novia debía regresar porque su familia la estaba buscando.
La madre de “Pipi” los acompañó a la esquina, en dirección a la parada, pero nunca se tomaron el colectivo. Al otro día, María recibió una llamada de Ariel. Le dijo que nunca más iba a ver a su hija.
Según el acta del Departamento Judicial de Quilmes, el sábado 16 de febrero a la 0.45 de la mañana, dos personas fueron arrolladas por un tren de la línea Roca que se dirigía de la estación Ingeniero Dante Ardigó a la de Florencio Varela.
De acuerdo al acta de declaración del chofer y de su ayudante, dos chicos subieron juntos a las vías y se pararon frente a la formación, que alcanzó a tocar bocina, pero no a frenar. Se trató de un suicidio. Los cuerpos fueron sepultados como NN el 27 de abril de 2013 en la manzana 20 del cementerio de Florencio Varela.
“Días después de la desaparición de Ailén, fui personalmente a una comisaría de Varela, con las fotos, a preguntar si los habían visto. Nadie sabía nada y nunca me dijeron que dos chicos habían muerto ahí cerca. Nunca les importó. Seguro cuando vieron los cuerpos dijeron ‘son unos drogadictos que se perdieron’. Por eso yo acuso a la Justicia. Porque abandonaron el cuerpo de mi hija y el de Ariel. Yo la buscaba viva, pero me destrataban por pobre y me decían ‘su hija debe estar por ahí con el novio’. Aunque yo les decía que Ailén no podía estar mucho tiempo sin llamarme”, lamenta.
Margarita Meira, fundadora de Madres Víctimas de Trata, organización que acompañó a María en la búsqueda de su hija, ilustra con sus palabras como la injusticia es una mancha negra que se extiende con el tiempo cubriéndolo todo. “¿Cómo se reparan 11 años de dolor? Una mamá destruida y una hermanita, Magalí, que desde los 6 años ve llorar a su madre por la desaparición de Ailén. Magalí una vez escribió en la escuela que ya no aguantaba más ver llorar a su mamá y caminar buscando a su hermana. Y Ailén estaba enterrada”.
Depender de la casualidad
El cementerio municipal de Florencio Varela se parece bastante a todos los del conurbano. Filas eternas de tumbas decoradas con flores de plástico, bóvedas grises sin mantenimiento e hileras de árboles flacos que no ofrecen sombra. El rincón más vivo es la bóveda de Adrianita Taddey, una nena fallecida a los 11 años, en 1969, a la que los visitantes consideran una santa pagana y llenan de ofrendas todos los días. Adrianita se disputa la atención popular con la tumba de El Noba, el cantante de “Cumbia 420” que murió en 2022 en un accidente de motos. Cerca, en un lugar no identificado, sin visitas, sin rezos, sin ofrendas, están los restos de Ailén y de Ariel.
El abogado Juan Ignacio Bellocchio sabía que el paso de los años sin rastros de vida de los adolescentes era una mala señal. Por eso, en 2023 decidió repetir un pedido que ya se había hecho en 2013: preguntar en cementerios de la zona si no habían inhumado los restos de una chica con las características de Ailén. Envió oficios a los de La Plata, Berazategui, Ensenada, Almirante Brown, Lomas de Zamora y Florencio Varela. Este último fue el único cementerio que contestó.
Mariana Segura, antropóloga del EAAF, remarca que en el proceso de búsqueda e identificación, el cementerio es el último repositorio del cuerpo. “Los cementerios no hacen ninguna etapa de identificación. Ellos inhuman los restos por orden de los departamentos judiciales. Si hay un fiscal comprometido detrás de un caso y tiene restos sin identificar, debe poner en la orden ’no innovar’ para que esos restos no puedan pasar a un osario común y se pierdan”.
Aunque la familia de Ariel hizo meses después la denuncia de su desaparición, la mamá de Ailén la hizo el primer día con la hipótesis de que la joven estaba con el novio. Entonces, ¿por qué no registraron que esos dos cuerpos adolescentes que yacían en las vías del Roca podían ser los de los jóvenes buscados en la zona?
“Hay algo más grave: la causa de averiguación de paradero de Ariel Santas la llevó el Departamento Judicial de Florencio Varela. Es decir, la búsqueda estaba en el mismo edificio donde estaba la causa del hallazgo de los cuerpos arrollados por un tren. Nunca cruzaron la información”, cuestiona el abogado.
Aunque el número no es estático, en Missing Children buscan todos los días a 75 chicos y a otros 40 que ya cumplieron la mayoría de edad pero siguen sin aparecer. Con una experiencia de 25 años en la búsqueda de personas, Ana Llobet, presidenta de la organización, señala los errores en el entrecruzamiento de datos.
“Sin llegar a estos límites de descubrimientos de tantísimos años, en las que las familias están desesperadas en la búsqueda, vemos que hay fallas de conexión entre fiscalías, comisarías, juzgados y organismos como Renaper o registros de personas donde se deberían hacer los cotejos de huellas dactilares”, sostiene.
La primera fiscalía en tomar la investigación por la desaparición de Ailén fue la Nº 9 de Lomas de Zamora. María asegura que los cinco años que la causa estuvo en esa unidad fueron de maltrato e inacción.
En abril de este año, tras pasar por varias manos, la causa de 1.200 páginas recayó en la Nº 18 del mismo juzgado. Fuentes de esta fiscalía se niegan a cuestionar el trabajo de sus antecesores y advierten que hace unos 10 años existían limitaciones tecnológicas para cruzar datos que ya no existen.
“Igual somos conscientes que muchas de las herramientas o bases son dentro de un mismo distrito y a veces no se cruzan con otras que están a metros”, reconocen.
Para que no se repita
Mariela Tasat desapareció cuando tenía 14: la buscaron 15 años y había muerto dos días después de su desaparición. Luciano Arruga desapareció cuando tenía 16: lo buscaron seis años y había muerto tres horas después de su desaparición. Maida Natalí Castro desapareció cuando tenía 17: la buscaron cinco años y había sido asesinada un día después de su desaparición. Salomé Anahí Valenzuela desapareció cuando tenía 12: la buscaron seis años y la habían asesinado horas después de su desaparición. Ailén del Valle López y Ariel Santas desaparecieron cuando tenían 17 y 19, respectivamente: los buscaron 11 años y habían muerto un día y medio después de su desaparición.
A pesar de las duras críticas de la familia, Leticia Risco, encargada del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas, asegura que a lo largo de los años hicieron el cotejo de personas NN con personas buscadas y nunca tuvieron un match porque las huellas de Ailén y de Ariel no habían sido informadas. “Lamentablemente son las fallas de cómo se carga o cómo se solicita la información”, admite.
Risco destaca que entre 2014 y 2015 comenzó a desarrollarse el Sistema Federal de Comunicaciones Policiales (Sifcop), que permite conocer todos los casos de personas desaparecidas en tiempo real. “Esta plataforma es nacional. Tienen que cargar los datos, les dan enter y listo. Este sistema lo manejan todas las Fuerzas Federales y tienen acceso todas las policías provinciales”, puntualiza.
Para el EAAF, en casos como los de Ailén, Ariel, Luciano, Mariela, Salomé y tantos más “no podemos hablar de error humano”. La antropóloga Mariana Segura señala que “aunque tengas a los mejores fiscales investigando, siempre se encuentran con un muro y es que no hay un sistema unificado dónde consultar”.
“La búsqueda de un paradero es un proceso eterno, de respuesta uno a uno, y de respuesta errónea porque ninguna jurisdicción tiene al día cuántos NN han aparecido en esos departamentos. Desde 2017 estamos pidiendo una base federal que centralice todas las denuncias de personas desaparecidas y los NN. Y que sea de carga obligatoria porque si no entramos en un problema de federalismo: mis muertos, mis desaparecidos, mis causas, mi información. Cada caso estremece, pero después el impacto se diluye y no se aborda el problema”, puntualiza.
Y Segura concluye con una reflexión que también es alarma: “Pensábamos que Arruga era un antes y un después en un país que tiene una historia relacionada a las personas desaparecidas. No pasó nada y se puede repetir”.
EMJ