Protagonizan un fenómeno que refuta el discurso oficial contra la educación superior. Cómo las facultades generaron (y generan) la movilidad social ascendente.
Cuando Ezequiel comenzó la universidad todavía pateaba las calles cartoneando junto a su familia. Malena, que desde los 15 años trabaja para aportar en su casa, hoy comparte el gasto de los apuntes y meriendas con sus compañeros para sostener la cursada. En un penitenciario bonaerense, estudiar la carrera de Sociología a Abel le salvó la vida.
Al igual que casi el 50% de los estudiantes universitarios en Argentina, son hijos e hijas de trabajadores que no tuvieron la posibilidad de acceder a la educación superior. Primera generación de universitarios en sus familias. Un fenómeno que creció en las últimas décadas a la par de mayor alfabetización en los primeros niveles, más inclusión escolar y la multiplicación de facultades en ciudades que carecían de oferta. Hoy forman parte de un movimiento estudiantil que está decidido: no permitirá que les arrebaten sus sueños de futuro.
“Nadie se recibe solo”
Ezequiel tenía nueve años cuando le tocó participar del “Joven Parlamentario Lomense”, un evento a través del cual el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora invita a estudiantes a proponer iniciativas para el bienestar de su comunidad. Imaginó cómo sería tener un hospital cerca de su casa, en Villa Fiorito, y planeó un proyecto. Le gustó tanto hacerlo que le preguntó a su madre qué tenía que hacer para ser concejal. “Tenés que estudiar abogacía”, le respondió.
Aún faltaba un largo trecho para imaginar esa posibilidad. Desde sus 5 años, Ezequiel acompañaba a su padre a “cirujear” cosas al Mercado Central y a revisar el tacho de basura de un supermercado en Remedios de Escalada. De ahí sacaban mercadería para comer. Hasta que en 2004 ya no se lo permitieron.
“Me acuerdo patente a mi viejo diciendo que íbamos a tener que cartonear”, compartió a Tiempo el joven que hoy tiene 29 años. Desde aquel momento, sus padres se dedicaron a recolectar residuos. Comenzaron en Palermo. En esas recorridas conocieron a una señora que les donaba ropa: “mi mamá le contó que había terminado el secundario y que quería estudiar abogacía. Como no sabía bien cómo anotarme, esa señora se ofreció a ayudarme”.
Ezequiel cursó la carrera durante ocho años. En el medio fue cartonero, trabajó en la pizzería de su tío y en el área legal de Amanecer de los Cartoneros, la cooperativa cartonera más grande de América Latina.
El último lunes 14 de octubre, se recibió: “todavía no caigo, no me lo imaginaba. Lo que posibilitó que yo haya estudiado fue el esfuerzo que hizo mi familia y también lo colectivo de la organización. El Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) me brindó trabajo y la posibilidad de estudiar. Nadie se recibe solo. Hubo muchas personas detrás mío que lograron que pueda tener hoy este título”.
Estudiantes universitarios y el drama de sostener la cursada
Durante la infancia de Malena Hilarión, estudiar una carrera universitaria no estaba dentro de las posibilidades. Su anhelo era crecer para trabajar y ayudar en su casa, como lo hace desde sus 15 años. “Somos una familia numerosa, ocho hermanos. Mi mamá no terminó la secundaria y mi papá, que de chico vino de Bolivia para trabajar, no llegó a terminar siquiera la primaria”, contó la joven.
Sus padres trabajaron toda la vida: ella, de lunes a domingos cama adentro como doméstica; él haciendo changas de albañilería, plomería y electricista. A Malena la criaban sus hermanos mayores. Oriunda del barrio Las Estrellas, en San Miguel, la joven hoy tiene 26 años y estudia Licenciatura en Producción y Gestión Audiovisual en la Universidad Nacional de José C. Paz.
Junto a la Arturo Jauretche, la UNPAZ encabeza el ranking de mayor porcentaje de estudiantes que son primera generación universitaria en sus familias: alcanza al 75% del estudiantado. «La universidad pública nacional hoy no le sirve a nadie más que a los hijos de la clase alta y los ricos», aseguró Javier Milei hace 8 días. Para Malena, alcanza con poner un pie en la UNPAZ para “darse cuenta de que esto no es así, que es una universidad de trabajadores e hijos de trabajadores”.
Y añadió: “nos cuesta un montón poder estudiar y trabajar al mismo tiempo. Leer mientras viajamos en tren o colectivo, pagar la SUBE, comprar los apuntes o la merienda entre varios compañeros porque no llegamos. No es una cuestión solo del presupuesto educativo, sino también por el esfuerzo que hacemos para sostener la cursada”.
Durante los últimos días tuvieron lugar cientos de asambleas y más de 90 tomas con clases públicas y marchas masivas en defensa de la educación pública. “Nunca vi un movimiento estudiantil de pie y en la calle como ahora, uniéndose a la lucha de jubilados y trabajadores –expresó–. Esta es la respuesta a un gobierno que nos quiere quitar nuestro derecho”.
“Me salvó la vida”
A sus 18 años, Florencia Juárez Aciar (24) dejó su casa en Eduardo Castex, La Pampa, para cursar el Profesorado de Historia que se dicta en la sede de la UNLPam en la capital provincial. Hija de padre camionero y madre ama de casa, es la mayor de cinco hermanos y la primera en cursar estudios universitarios.
“Desde muy chiquita veía a mi tía que era profesora de biología y fisicoquímica y supe que quería ser profesora, que quería enseñar –enfatiza–. Mi papá siempre me decía que tenía que estudiar por más cuesta arriba que sea todo. Siempre me lo inculcó”.
A 597 kilómetros de distancia está Abel Díaz. Hace un mes salió en libertad después de cumplir una condena de seis años en la Unidad Penal N° 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense en José León Suárez. Era su segunda vez ahí. Pero en esta oportunidad decidió empezar a estudiar: “No me imaginé nunca tener una carrera universitaria, mucho menos en el contexto en el que estaba”.
Abel tiene 50 años. Nació en San Fernando y es el menor de cinco hermanos de una familia atravesada por la violencia. “No tuve una infancia muy copada. Mi viejo era alcohólico y violento y mi vieja hizo lo que pudo para criarnos. Siempre fue empleada doméstica”.
A sus ocho años empezó a trabajar, abandonó sus estudios y comenzó a frecuentar la calle: “ahí conocí el delito. En esa búsqueda de pertenecer a un grupo, de tener una identidad”. Cuando volvió a caer preso, quiso comprometerse y arrancó Sociología en el Centro Universitario San Martín (Cusam) que se desarrolla al interior del Penal.
Está a tres materias de recibirse: “la universidad me salvó la vida. Cuando me volvieron a detener me deprimí muchísimo, tuve ganas de no vivir más. Entonces siempre digo que a mí me salvó, me reconfiguró como persona. No soy el mismo que hace seis años”.
Llegó a ser presidente del centro de estudiantes y referente del pabellón universitario, desde donde participó en la gestión del Cusam: “fue una experiencia divina en mi vida. Poder traspasarle a mis compañeros eso que yo sentía, además del sentido de pertenencia que tenemos con el espacio. Hoy estando en libertad sigo sintiéndome parte de él”.
En contraposición a los dichos de Milei, para Abel la educación pública va al territorio: “La universidad sin el pueblo no tiene ningún sentido. Es el pueblo y es para el pueblo, para los hijos de los obreros”.
Su madre fue críada en un orfanato, hoy él es juez
Cuando Paulo König escuchó al presidente Javier Milei decir que la universidad gratuita es “un subsidio de los pobres hacia los ricos” no pudo evitar la indignación. “Lo que expresó Milei sobre que los que van a la universidad actualmente son hijos de personas de clase alta es una flagrante mentira. Obviamente que casos como el mío o similares son muchos, y lo que percibo es que cada vez se multiplican más desde que yo estudié”, aseguró en diálogo con Tiempo Argentino.
Nacido y criado en el barrio porteño de Villa Pueyrredón, König (65) es hijo de una madre soltera, criada en un orfanato, del que salió muy joven “con segundo o tercer grado”. Para mantener a sus dos hijos trabajó en casas de familia por hora. “Su sacrificio fue enorme y siempre nos inculcó a mi hermana y a mí la defensa de la dignidad de su trabajo”.
Ya desde tercer año del secundario, König empezó a trabajar por la mañana en el reparto de ropa en una tintorería para ayudar a su mamá.
Inimaginable por aquellos años, hoy es juez laboral en la provincia de Chubut, después de andar toda la carrera judicial que inició a los 18 años, en 1977, en mesa de entradas. “La educación pública en general y la universidad pública en particular me dieron la posibilidad de ser quien soy, de haberme recibido de abogado, de ejercer la docencia y de ser juez laboral. Pero además me dio una forma de encarar toda mi vida”, expresó sobre su paso por la universidad, atravesado por la última dictadura militar.
“De todas maneras, no solo se trata del crecimiento personal, intelectual, social y económico, sino que es importante hacer hincapié en que en la universidad pública se crea pensamiento propio, en clave nacional y latinoamericana, se investiga y se realizan avances científicos que devienen en mejoras para toda la sociedad y que trascienden las fronteras de la Argentina”, aseguró el juez, quien fue docente en Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de la Patagonia y la Universidad Argentina de la Empresa.
Primera generación
El 47,8% del total de nuevos inscritos en universidades públicas a nivel nacional y provinciales son la primera generación en sus familias en acceder a estudios superiores, según el Anuario Estadístico de 2022, que es el último censo disponible. Ese porcentaje escala al 68% si sólo se consideran los datos de aquellos estudiantes que, al ingresar a la carrera, respondieron sobre el nivel de instrucción de su madre o padre.
Las universidades con mayor porcentaje de estudiantes que son primera generación universitaria en sus familias son la Universidad Nacional Arturo Jauretche con el 75,53% y la Universidad Nacional de José C. Paz con el 75,42%, ambas en el conurbano bonaerense. Mientras, la Universidad de Buenos Aires registra un 38,56% de estudiantes de primera generación y la Universidad Nacional de Córdoba, un 46,05%.
En tanto, el 42,3% de los estudiantes universitarios en Argentina provienen de los cuatro deciles de menores ingresos, y el 91% de ellos asiste a universidades públicas, según los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec del primer trimestre de este año, analizados por el medio Chequeado.